martes, 20 de noviembre de 2012

El silencio que acompaña la soledad.

El silencio, intransigente y poco permisivo,
la distancia entre palabras enamoradas,
el breve intermedio que separa
los mensajes en morse del corazón.
El silencio poético que dice todo lo que callo,
lo que escondo, la más pesada de las tristezas,
la que arrastra la vida,
la que carga el joven poeta,
la que cuentan que mueve el mundo
y que consigue congelar las miradas
y que nuestras caras pasen a ser piedra
—potencia de arena mojada—,
sobre calles secas y grises
y mares de asfalto traidor y sobrecogedor.

Rodeados por tantas almas,
estamos tan solos que nuestras lenguas se han caído
y las palabras que un día nos dieron alas
hoy nos atan a la tierra y al compromiso.

No somos libres,
y han tirado los puentes,
y nadie recuerda las escaleras al cielo,
ni a Penny Lane, sola en el parque, tramando planes invisibles
con palabras dulces de áspero significado.

Toda esa gente solitaria, ¿a qué esperan a amar?

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